Andar en bicicleta
no se olvida jamás!
Crecí, orgullosamente,
en un pueblo bicicletero y aún que se que la mayoría de las veces que lo
escuché decir a diversas personas, era con intención de ofendernos a los
oriundos de Navojoa, yo no lo tomé así.
De los primeros
recuerdos que tengo con tal vehículo de dos ruedas es la cara de tristeza,
impotencia y angustia con que regresaba mi padre de su trabajo en las oficinas
de la Defensa Agrícola, al tener que comentarnos tanto a mi mamá como a sus
hijos y a mi (su hija) el robo de su bicicleta del cual había sido víctima. Y
miren que esto fue un comprar una y otra vez con el mismo resultado hasta en 2
o tres ocasiones.
Ya más adelante
llegaría una nueva alegría a casa con una hermosa bicicleta de color verde
comprada para mi hermano mayor, claro, pues esas cosas eran para los hombres,
aunque a mi se me fueran los ojos detrás de él cuando lo veía montado en su
baica por la calle de la casa –no más lejos-.
Pero como nunca
faltan las complicidades y para eso, mi gran amiga Norma (+) y yo nos
pintábamos solas, llegó el día en que convertida en toda una instructora en
esas lides me dio, literalmente, el empujón que requería para iniciar mi amorío
con la baica. Todo fue sentir el viento sobre mi cara y la libertad que te da
el pedaleo que, hasta se me olvidó si iba ella detediéndome o no y continué en
mi ensoñación hasta despertar con los gritos de frena, frena, que desaforada me
gritaba ya que la había dejado como a media cuadra atrás y de ahí ya nadie me
detuvo.
Siendo la consentida
de casa, después de todo el ser la única hija mujer me otorgaba ese privilegio,
no bajé la guardia neceando a mi padre, que todo me concedía, hasta lograr que
una navidad, al encuentro de los regalos de nochebuena encontré una hermosa
choper de color, obvio, rosa, para la niña no solo de los ojos de mi papá sino
de la casa.
Pasarían varios
años, viscisitudes, anécdotas y demás hasta llegar a la gloriosa Esc.
Secundaria Othón Almada No. 2 en donde conocí a grandes amigos, algo que era
más cercano a mí dado que viví rodeada de mis tres hermanos y en la compañía de
sus amigos que visitaban de tarde en tarde la casa familiar. Y es, precisamente
a uno de ellos, Jesús Elierce Caballero Lagarda, a quien le debo tantos
préstamos que de su bici me hacía sin ninguna otra intención, al menos así lo
creí yo, que la de compartir gratos e inolvidables momentos escolares.
Después de ahí, todo
cambió al convertirme en toda una preparatoriana, mi universo tembló con la
llegada a la hoy extinta EPURS. Amor y paz, flores y rock and roll, tardeadas
con el aroma inconfundible de las notas musicales del grupo La Mente y la
llegada del que sería mi compañero de tantas almangeaventuras, mi novio de
prepa, el hombre de mi vida, el padre de mis hijas y con quien he compartido
tantas rodadas por las calles de la Capital del Estado de Sonora, la ciudad de
Hermosillo.
Ya matrimoniada y
con tres hermosas hijas nos trasladamos a vivir a Hermosillo siendo este un
punto intermedio para los viajes “al otro lado” de mi padre siendo así como en una
de ellos le pedí me trajera de regalo una bicicleta a lo cual accedió y grande
fue mi entusiasmo cuando, de regreso a Navojoa, llegó a casa con una bellísima
bicicleta de color rojo brillante. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para vivir
en carne propia la experiencia familiar de salir al lugar donde la dejé solo
para darme cuenta que junto con un colchón a mi preciosa bicicleta color rojo
sangre le salieron alas y voló junto con mis ilusiones ciclistas a las manos de
algún amante de lo ajeno y… aunque alguna vez creo haberla encontrado con otro
dueño, nada pude hacer al respecto.
Pasarían los años,
mis hijas crecieron, los años me alcanzaron y resultó que un buen día llega a
casa mi hija, la menor, presumiendo la adquisición de una flamante bicicleta de
color rosa y platicando entusiasta de las rodadas que daban inicio en
Hermosillo. No me quedó mas que apechugar mi preocupación (¿mi hija en
bicicleta por las calles?) y, más que nada por compartir tema de conversación y
no quedarme apartada de esta etapa de su vida (mamá al fin y al cabo) le
relataba como yo también anduve en bicicleta tiempo atrás (faltaba más) hasta
que llegó el día que me dijo: súbete de nuevo, (gulp, por hablantina) pero
recordando aquello que se dice que quien aprende a andar en bicicleta no lo
olvida jamás, le tomé la palabra ante su insistencia y allá voy.
A partir de ahí solo
decir GRACIAS por invitarme a este “rollo”. A mi edad, con mis hijas adultas y
siendo abuela ya, ha resultado increible junto con lo que he encontrado:
respirar la libertad por cada poro de mi cuerpo a la par que el aire en mi
cara; pasear por las calles de la ciudad y recorrer lugares que vas viendo con
otros ojos y desde otra perspectiva; conocer gente, rodearte de nuevas
amistades, “los morros”, “los chamacos”, “las chicas” que te regalan una
sonrisa, un hola solidario enmarcando la nueva constelación familiar ha
resultado, créanme, lo mejor de lo
mejor.
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