jueves, 26 de febrero de 2015

Andar en bicicleta no se olvida jamás!

Andar en bicicleta no se olvida jamás!

Crecí, orgullosamente, en un pueblo bicicletero y aún que se que la mayoría de las veces que lo escuché decir a diversas personas, era con intención de ofendernos a los oriundos de Navojoa, yo no lo tomé así.

De los primeros recuerdos que tengo con tal vehículo de dos ruedas es la cara de tristeza, impotencia y angustia con que regresaba mi padre de su trabajo en las oficinas de la Defensa Agrícola, al tener que comentarnos tanto a mi mamá como a sus hijos y a mi (su hija) el robo de su bicicleta del cual había sido víctima. Y miren que esto fue un comprar una y otra vez con el mismo resultado hasta en 2 o tres ocasiones.

Ya más adelante llegaría una nueva alegría a casa con una hermosa bicicleta de color verde comprada para mi hermano mayor, claro, pues esas cosas eran para los hombres, aunque a mi se me fueran los ojos detrás de él cuando lo veía montado en su baica por la calle de la casa –no más lejos-.
Pero como nunca faltan las complicidades y para eso, mi gran amiga Norma (+) y yo nos pintábamos solas, llegó el día en que convertida en toda una instructora en esas lides me dio, literalmente, el empujón que requería para iniciar mi amorío con la baica. Todo fue sentir el viento sobre mi cara y la libertad que te da el pedaleo que, hasta se me olvidó si iba ella detediéndome o no y continué en mi ensoñación hasta despertar con los gritos de frena, frena, que desaforada me gritaba ya que la había dejado como a media cuadra atrás y de ahí ya nadie me detuvo.

Siendo la consentida de casa, después de todo el ser la única hija mujer me otorgaba ese privilegio, no bajé la guardia neceando a mi padre, que todo me concedía, hasta lograr que una navidad, al encuentro de los regalos de nochebuena encontré una hermosa choper de color, obvio, rosa, para la niña no solo de los ojos de mi papá sino de la casa.

Pasarían varios años, viscisitudes, anécdotas y demás hasta llegar a la gloriosa Esc. Secundaria Othón Almada No. 2 en donde conocí a grandes amigos, algo que era más cercano a mí dado que viví rodeada de mis tres hermanos y en la compañía de sus amigos que visitaban de tarde en tarde la casa familiar. Y es, precisamente a uno de ellos, Jesús Elierce Caballero Lagarda, a quien le debo tantos préstamos que de su bici me hacía sin ninguna otra intención, al menos así lo creí yo, que la de compartir gratos e inolvidables momentos escolares.

Después de ahí, todo cambió al convertirme en toda una preparatoriana, mi universo tembló con la llegada a la hoy extinta EPURS. Amor y paz, flores y rock and roll, tardeadas con el aroma inconfundible de las notas musicales del grupo La Mente y la llegada del que sería mi compañero de tantas almangeaventuras, mi novio de prepa, el hombre de mi vida, el padre de mis hijas y con quien he compartido tantas rodadas por las calles de la Capital del Estado de Sonora, la ciudad de Hermosillo.
Ya matrimoniada y con tres hermosas hijas nos trasladamos a vivir a Hermosillo siendo este un punto intermedio para los viajes “al otro lado” de mi padre siendo así como en una de ellos le pedí me trajera de regalo una bicicleta a lo cual accedió y grande fue mi entusiasmo cuando, de regreso a Navojoa, llegó a casa con una bellísima bicicleta de color rojo brillante. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para vivir en carne propia la experiencia familiar de salir al lugar donde la dejé solo para darme cuenta que junto con un colchón a mi preciosa bicicleta color rojo sangre le salieron alas y voló junto con mis ilusiones ciclistas a las manos de algún amante de lo ajeno y… aunque alguna vez creo haberla encontrado con otro dueño, nada pude hacer al respecto.

Pasarían los años, mis hijas crecieron, los años me alcanzaron y resultó que un buen día llega a casa mi hija, la menor, presumiendo la adquisición de una flamante bicicleta de color rosa y platicando entusiasta de las rodadas que daban inicio en Hermosillo. No me quedó mas que apechugar mi preocupación (¿mi hija en bicicleta por las calles?) y, más que nada por compartir tema de conversación y no quedarme apartada de esta etapa de su vida (mamá al fin y al cabo) le relataba como yo también anduve en bicicleta tiempo atrás (faltaba más) hasta que llegó el día que me dijo: súbete de nuevo, (gulp, por hablantina) pero recordando aquello que se dice que quien aprende a andar en bicicleta no lo olvida jamás, le tomé la palabra ante su insistencia y allá voy.


A partir de ahí solo decir GRACIAS por invitarme a este “rollo”. A mi edad, con mis hijas adultas y siendo abuela ya, ha resultado increible junto con lo que he encontrado: respirar la libertad por cada poro de mi cuerpo a la par que el aire en mi cara; pasear por las calles de la ciudad y recorrer lugares que vas viendo con otros ojos y desde otra perspectiva; conocer gente, rodearte de nuevas amistades, “los morros”, “los chamacos”, “las chicas” que te regalan una sonrisa, un hola solidario enmarcando la nueva constelación familiar ha resultado, créanme,  lo mejor de lo mejor.

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